Siempre escribo mis
entradas, basándome en mis propias experiencias. Ya sea porque he estado
estudiando un tema específico o porque ha ocurrido algo que me hace decidir
escribir sobre una situación en particular.
Hace unos días atrás,
mi hermana y yo hablábamos de lo mucho que nos disgustan las telenovelas. Fui
aficionada a ellas cuando era una niña, corría después de la escuela, tomaba
una silla pequeña y me sentaba en primera fila frente al televisor. Hasta que
un día comencé a notar el mismo patrón en todas. Y haciendo memoria de esto,
comenzamos a hablar de esas viejas novelas y qué habría ocurrido con todos sus
actores y actrices. Esto nos hizo recordar a una en particular. Mi hermana me
dijo: «Si lo pensás, te darás cuenta que ella fue “ella” en cada papel que interpretó.»
Y como no soy de las
que se quedan con una duda, después usé el maravilloso Internet para darme
cuenta que era cierto. Papel tras papel, ella actúo igual en sus personajes: la
mujer elegante y rica, la madre posesiva, pero esposa abnegada. La mujer que
levantaba la frente y nunca dejaba que la humillaran. Lo que más me molestó,
fue ver una y otra vez, que sin importar que personaje tuviera, llámese
Cornelia, Teresa o Pancracia, todas ellas eran “la actriz”. (Por obvias razones me omito el nombre de la estimada
señora).
Esto me hizo
pensar en el encasillamiento que sufren los actores, que durante mucho tiempo,
hacen un sólo tipo de personaje. Si se dedican a la comedia, cuando deciden
hacer un drama, nadie parece tomarlos en serio. A excepción de Tom Hanks, quien empezó con
comedias tipo “Splash” o “Bachelor Party”… y ganó un Oscar por su papel en
“Philadelphia”.
Como siguiendo los
eslabones en una cadena, me hizo investigar por el otro lado, los libros. Hasta
que llegué a una foto que decía: “No se convierta en su propio personaje”. El
autor mencionó el frecuente error y mencionaba una página en donde después de
una lectura concienzuda, llegué a la misma conclusión. El autor aficionado,
suele manifestar a través del protagónico su ser. Es como “la actriz”, que sin
importar si es Pancracia la Duquesa de Londamondo, es idéntica en
características, personalidad, gestos y expresiones a Teresa, la empresaria
millonaria del imperio de la moda, que es idéntica a Cornelia, la chica que era
sencilla, pero quien con la ayuda de su tutor, se convirtió en toda una dama de
casta y alcurnia, (sin olvidar los millardos de dólares a su disposición); con
el fin de vengarse de quienes la humillaron a ella y a su familia.
En otras palabras, leí tres o cuatro
historias cortas de una chica que escribe para esa página. En todas sus
historias, la chica es una quinceañera; vive con sus abuelos, tíos, o una
madrina; su madre ha fallecido o se fue. Ella es rebelde pero bondadosa, tiene
el cabello largo, ondulado, castaño y ojos color miel (como la chica de la
foto). Y llámese Cath, Less o Hardy, ella es, la misma chica en diferente
historia.
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Y pensé: “Bueno, esto
es porque quienes escriben en esta página la mayoría es adolescente. Utilizan
la escritura como una manera de escaparse de su rutina creando en su mundo
imaginario, otros panoramas, una mejor escuela, mejores amigos, y por supuesto
un mejor novio, o dos o tres…”
Luego me recordé a mí
misma como adolescente. Mi primer intento de novela fue a los once años de
edad. Y escribí sobre un chico adolescente de dieciséis acusado de matar a una
compañera de escuela. Sí, muy parecido a mí. ¡No! para nada. Ni siquiera la
muerta se parecía a mí. Recordé mis otros escritos, y descubrí que ninguno era
una versión mía; más adelante explicaré el por qué mi caso fue distinto.
Esta entrada es una
forma de orientarnos a saber qué no hacer con nuestras novelas. Y el error
número uno, es que nuestro protagonista sea una extensión del “YO”.
Cuando tomamos a un
personaje, y plasmamos en él/ella nuestra personalidad, y hasta nuestro físico,
nuestro entorno familiar o experiencias sociales, podemos cometer el grave
error de volver aquella escritura, una queja o crítica desmedida: La chica se
convertirá no sólo en una rebelde, sino que sus padres serán unos ogros; incapaces
de comprender porque ella, a sus quince años, no puede mudarse con su novio de
veinte. Sus padres son los peores del mundo y ella, únicamente es un alma que
merece dar y recibir amor.
O… hacemos del antagónico
a nuestro jefe que odiamos a más no poder, (o un familiar X, llámese suegro o
el vecino metido), nuestro personaje sufre las peripecias que aquel fulano le
hace sufrir. En donde vemos a nuestro héroe o heroína con el deseo interno de
querer librarse o vengarse de semejante engendro.
Cuando nos colocamos o
basamos en nosotros mismos de lleno, para crear nuestro personaje, perdemos la
perspectiva, como cuando ocurre en la vida real. No podemos ser objetivos y
creíbles. No miraremos más allá de las narices del protagonista, que es un
reflejo exacto de cómo nos sentimos o somos en determinada situación. Y esto
nos hace crear, a los antagonistas u otros personajes con esa misma estrechez
de visión. Haciendo todo un culto al ego.
Analicemos:
YO=Personaje principal
Es cuando tomamos a
nuestro protagonista y le calzamos aquello que nosotros pensamos o creemos. En
este caso, es la conciencia moral, religiosa, creencias políticas, sociales y
hasta emocionales. A esto le sumamos nuestra forma de hablar, los dejes y
muletas que usamos para expresarnos, les damos un gesto muy propio nuestro, y
terminamos dándole hasta rasgos (mejorados o no) físicos nuestros.
Ese personaje es yo
mismo, con otro nombre, en otro entorno, pero con los mismos temores nuestros.
Comete los mismos errores que hemos cometido y toma las mismas decisiones que
hicimos ante esos hechos.
El problema con un protagónico de este
tipo, es la falta de objetividad a la hora de hacerlo realizar acciones. Nunca
querremos que tome malas decisiones (porque “yo” no lo haría), y todo su
entorno se ve limitado en nuestra experiencia, siendo nosotros, los autores
incapaces de hacerlos caer en el ridículo, la vergüenza o el dolor. No así con
los demás personajes, sobre todo, si a estos los hemos basado en personas que
“son los artífices” de nuestras penas. A ellos sí, les provocaremos las peores
vergüenzas, malas leches, y la venganza… la más espléndida e innimagible.
YO+Personaje: Sin objetividad.
Como explicamos
anteriormente, basar nuestro personaje en un Yo-completo, puede volver nuestro
texto irracional. El resto de los personajes serán muy estereotipados, no
proporcionándoles el balance adecuado, del bien y el mal. Ya hemos expuesto en
otras entradas, la veracidad de los personajes y los antagonistas, en donde
todos deben de ser buenos y malos a la vez; como ocurre en la vida real.
Si basamos un
personaje, por ejemplo, en Cenicienta, en donde ella es todo candor y la
mala-perversa es la madrastra, ¿Cómo sería si nuestra personalidad fuera más
como esta mujer y escribiéramos esta historia? Definitivo que sería distinta. Explotaríamos
las deficiencias de Cenicienta y justificaríamos todas las acciones de la
madrastra mala. Y eso ocurría mucho en los cuentos de antaño. Cuando los
personajes buenos eran perfectos, y los personajes malos, eran malvados al
extremo.
La literatura actual,
demanda otra cosa. Es por ello, que perder esa objetividad, hará que el lector
se sienta defraudado de la historia, aunque llegue a amar al personaje
principal. Y lo que deseamos todos, es leer buenas historias. Al menos, esa
clase de lector soy yo.
Cuando el personaje-yo funciona:
Muchos pensaran que es imposible crear un personaje –yo funcional. Pero, siendo
honesta, esa fórmula no aplica para todos.
Por poner un ejemplo, “Peter Pan”, obra teatral
(antes de ser más famosa por Disney), de James Matthew Berrie
, tenemos como personaje principal al niño que nunca envejece, y a Wendy, su
muy buena amiga. Es una obra conocida por todo el mundo, representada en muchas
películas, cortos y dibujos animados. Se puede declarar que fue Peter Pan, la
obra más aclamada del escritor escocés.
Muchos están de acuerdo que Berrie, basó su
personaje de Peter Pan, en los traumas que el sufrió desde niño: el adulto que
no quiere crecer, el niño que sólo busca ser aceptado, y la necesidad de
encontrar una familia. Hasta Wendy, su interés amoroso cuando ella era niña, al
final de la historia, se convierte en una mujer adulta, y asume el papel casi
de madre para Peter. Todo en Peter Pan, tiene relación con alguna experiencia
de Berrie en la vida real.
Claro, Berrie tuvo un
buen elemento al escribir esta obra; logró crear algo que durante épocas ha
sido catalogo adecuado para niños; pero que en la vida real fue un manifiesto
con más implicaciones para adultos, como ser la analogías de las diferencias en
las clases sociales y económicas. No notadas en las versiones infantiles, por
supuesto.
Pero Berrie, sufrió
mucho porque su vida fue expuesta, a tal punto, que llegó a maldecir a quienes
intentaran hacer biografías de su persona. Él abrió una puerta y luego no quiso
verse expuesto. Y esto suele ocurrir, cuando un autor, desnuda en un personaje
o un libro todo su ser. Al final, el frio y la vergüenza serán evidentes.
Berrie expuso de forma lírica sus traumas, complejos y deseos escondidos, y
otro grupo, menos condescendiente, ha buscado y rebuscado hasta situaciones
inexistentes en la vida del autor. Suponemos que la fama, siempre cobra de
alguna manera.
TÚ sello-Yo Partido:
Seamos honestos. Es
muy poco probable, casi imposible, que un autor no le ponga un sello propio a
sus escritos. Escribirá aquello que le agrada y se siente cómodo con los
personajes. Hacerlo de otra manera, es una enorme pérdida de energía y tiempo.
Y es saludable
hacerlo. Porque al final, es como el refrán, “Damos, lo que tenemos”. Escribir es también desarrollar, ampliar y expandir
algo que hemos vivido. Es mucho más
fácil escribir sobre lo que conocemos. Y esto produce un sentimiento de
veracidad.
No es incorrecto,
proporcionar fragmentos propios a nuestra historia; pero no debemos
concentrarnos en un sólo personaje para hacerlo. Así como dividimos nuestro
pastel de cumpleaños y todos comemos felices, podemos hacer lo mismo con
nuestros personajes.
Al protagonista
podemos darle una cualidad nuestra, pero nunca nuestra personalidad. Si somos
amantes de los animales (como yo lo soy), él o ella puede también serlo. Y a
nuestro antagonista, ofrecerle esa parte no tan generosa. En mi caso, no
cualquier cosa me satisface o asombra, por lo que algunas personas pueden
catalogarme como “indiferente”. Y esa deficiencia la implemento en los defectos
del antagonista u otro personaje de la historia.
En mi caso personal,
no consumo carne y estoy en contra de cualquier maltrato animal; pero no por
ello, mis personajes son como yo. Ellos comen carne, y algunos han sido
cazadores. No me ha sido agradable escribir, lo delicioso que estaba ese pedazo
de cordero (y buscar en Internet, alguna receta para saber de qué estoy
hablando), o describir como se ha cazado, matado y consumido un animal. Pero
cuando escribo, ese personaje no soy yo, aunque tenga alguna virtud o defecto
que yo misma tengo. Él o ella son seres diferentes y únicos, ellos crecerán conforme a la historia avanza.
Al final, los personajes son como los hijos, salen de sus padres, pero son
seres independientes y únicos.
Él no es YO:
Aprenda a desligarse
de sus personajes. Ellos son y deben ser diferentes a lo que somos. Sería
terriblemente aburrido leer vez tas vez, la misma caracterización con diferente
nombre. Como dijimos sobre aquella actriz, es terrible la repetición. Leer al
mismo personaje, en diferentes libros de un mismo autor, me hará pensar que
sigue hablando de sí mismo.
Como expresé antes,
aprenda a escribir sobre aquello que no lo representa. Si no fuera de esa
manera, no tendríamos libros como “El Dragón Rojo”, porque no creo que su autor
sea un caníbal en la vida real. Ni tendríamos historias como “Frankstein” o
“Entrevista con un vampiro”.
Y si ponemos los pies
en la tierra en nuestras historias, cuántos de nosotros podríamos escribir vez
tras vez, la misma ordinariedad de nuestras vidas y hacerlas emocionantes, creíbles
y entretenidas. Para ello debemos adicional el factor imaginativo. Escribir de
un barco pesquero que es atacado por una ballena, o el hombre naufrago que se
pierde en una isla solitaria, o el hombre de mente superior que resuelve
enigmas.
La investigación es
una parte fundamental para un escritor, debe ser casi un arqueólogo para
desenterrar los tesoros. No sabe nada de medicina, pero no por ello significa
que sea incapaz de escribir sobre la vida de un médico, tampoco ha trabajado
como carcelera, periodista o futbolista; puede escribir de vaqueros del 1865 o
un hipernauta del siglo XXIV, y hacer de esa historia creíble. Amplíe sus
conocimientos, tenga curiosidad por saber y el mundo de posibilidades para sus
personajes también va a crecer.
¿En
qué basas a tus personajes? ¿Cómo haces para que sean creíbles?
Si
tienes algo que comentar a esta entrada, nos encantará saber tus impresiones.
Dejanos saber que más nos puedes aportar, como siempre, estoy aprendiendo y es
genial que aprendamos unos de otros. Tu experiencia nos enriquece a todos.
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trabajando en aprender a escribir de mejor manera, me gusta compartir lo que
aprendo y mis experiencias en este bello arte.
Muy interesante Karen, hace poco me decían que cuando describimos en nuestros escritos debemos intentar dejarlos "abiertos", para que cada lector pueda identificarse con ese árbol, esa plaza, esa ciudad o ese personaje que hemos creado, porque en nuestros recuerdos todos tenemos uno que es distinto y único porque es el nuestro.
ResponderBorrarUn saludo
Sí, es interesante perspectiva, ver a nuestros personajes "abiertos", alejarnos de ellos; verlos a distancia. Y como bien dices, el recurso de la memoria colectiva, ese recuerdo que todos parecemos tener. También dependerá de lo que el autor deseé mostrar, si más intimidad o empatia, y si la historia lo pide. Agradezco que compartas este recurso. Un abrazo.
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